sábado, marzo 22, 2008
jueves, marzo 20, 2008
592. El poder te hace sexy
Es muy entretenido ver cómo los gringos tratan de explicar por qué su cúpula política es periódicamente sacudida por escándalos sexuales. Excepción hecha de la astrología, prácticamente no hay disciplina que no haya sido consultada para analizar el caso de Eliot Spitzer, cuya cabeza todavía da botes en el asfalto luego de caer desde su cargo de gobernador de Nueva York.
Las interpretaciones menos literarias dicen que fue una sobredosis de confianza lo que llevó a Spitzer a gastar como ochenta mil dólares en prostitutas de alto nivel. Él se sentía –y se podría decir que estaba– por sobre la ley. Ésa es una sensación tan universal que afecta incluso a algunos de nuestros carabineros. “La persona que adquiere poder se convierte en un macho alfa”, asegura una psiquiatra para quien la acumulación de sexo y poder sería expresión de un supuesto exceso de energía. Expertos del ámbito de la psicología apuntan a que las personas, y en este caso puntual los políticos, se oponen vigorosamente a lo que en realidad los estimula, como un mecanismo de defensa inconsciente. Lo anterior llevaría a algunos políticos a convertirse en campeones de la moral, buscando luchar en el exterior contra lo que tienen dentro. Los biólogos, por su parte, aducen desbalances del deseo provocados por cierto tipo de hormonas, un síndrome que afectaría a las personas hiperactivas (como uno, dicho sea de paso).
Pero no hay mucho más que decir de las razones que puedan haber llevado al ex gobernador a comprar sexo; más interesante en cambio es indagar las causas de su caída. Poca gente se molestaría si un columnista de este diario cobrara o pagara por acostarse con chicas. Pero dos cosas diferencian a Spitzer de un columnista: una carrera cimentada sobre la idea burguesa de rectitud moral, y ochenta mil dólares. La segunda, sobra decirlo, es consecuencia de la primera.
Una parte del meollo del asunto, entonces, es que la imagen pública es fuente de poder. Por eso las empresas contaminantes y las personas malvadas financian iniciativas de orden social. Pablo Escobar hasta construyó escuelas en su pueblo y algunos dictadores latinoamericanos regalaron casas a la gente. La otra parte es que el poder te hace sexy. Una ex profesora del ex gobernador, en Harvard, acaba de afirmarlo: cualquier chica estaría dispuesta a acostarse gratuitamente con un hombre rico y poderoso.
Y ahora cabe preguntarse si tiene sentido reunir poder, de cualquier clase que sea, si no es para ejercerlo sexualmente. No, no tiene sentido. En el fondo, todos queremos lo mismo, pero luchamos por alcanzarlo de manera diferente, de acuerdo a nuestras habilidades particulares. Así, existen estándares de comportamiento adecuado para las diferentes profesiones: lo que le da prestigio a un rockero se lo quita a un político, y viceversa. En mi caso, no soy cliente de ninguna agencia de acompañantes vip sólo porque no me sobra la plata. “Ni me falta el sexo”, habría podido añadir, pero es feo que sea yo quien lo diga: uno siempre termina velando por su imagen.
Las interpretaciones menos literarias dicen que fue una sobredosis de confianza lo que llevó a Spitzer a gastar como ochenta mil dólares en prostitutas de alto nivel. Él se sentía –y se podría decir que estaba– por sobre la ley. Ésa es una sensación tan universal que afecta incluso a algunos de nuestros carabineros. “La persona que adquiere poder se convierte en un macho alfa”, asegura una psiquiatra para quien la acumulación de sexo y poder sería expresión de un supuesto exceso de energía. Expertos del ámbito de la psicología apuntan a que las personas, y en este caso puntual los políticos, se oponen vigorosamente a lo que en realidad los estimula, como un mecanismo de defensa inconsciente. Lo anterior llevaría a algunos políticos a convertirse en campeones de la moral, buscando luchar en el exterior contra lo que tienen dentro. Los biólogos, por su parte, aducen desbalances del deseo provocados por cierto tipo de hormonas, un síndrome que afectaría a las personas hiperactivas (como uno, dicho sea de paso).
Pero no hay mucho más que decir de las razones que puedan haber llevado al ex gobernador a comprar sexo; más interesante en cambio es indagar las causas de su caída. Poca gente se molestaría si un columnista de este diario cobrara o pagara por acostarse con chicas. Pero dos cosas diferencian a Spitzer de un columnista: una carrera cimentada sobre la idea burguesa de rectitud moral, y ochenta mil dólares. La segunda, sobra decirlo, es consecuencia de la primera.
Una parte del meollo del asunto, entonces, es que la imagen pública es fuente de poder. Por eso las empresas contaminantes y las personas malvadas financian iniciativas de orden social. Pablo Escobar hasta construyó escuelas en su pueblo y algunos dictadores latinoamericanos regalaron casas a la gente. La otra parte es que el poder te hace sexy. Una ex profesora del ex gobernador, en Harvard, acaba de afirmarlo: cualquier chica estaría dispuesta a acostarse gratuitamente con un hombre rico y poderoso.
Y ahora cabe preguntarse si tiene sentido reunir poder, de cualquier clase que sea, si no es para ejercerlo sexualmente. No, no tiene sentido. En el fondo, todos queremos lo mismo, pero luchamos por alcanzarlo de manera diferente, de acuerdo a nuestras habilidades particulares. Así, existen estándares de comportamiento adecuado para las diferentes profesiones: lo que le da prestigio a un rockero se lo quita a un político, y viceversa. En mi caso, no soy cliente de ninguna agencia de acompañantes vip sólo porque no me sobra la plata. “Ni me falta el sexo”, habría podido añadir, pero es feo que sea yo quien lo diga: uno siempre termina velando por su imagen.
miércoles, marzo 19, 2008
591. continuación
Recuerdo que a fines de la enseñanza media molestábamos a los campesinos que dirigían las faenas en el campo:
- Tío, este surco voy a hacerlo con ahínco. - ¡No! (respondían) ¡es uno solo por surco!
Y entonces salía otro:
- Tío, este surco lo voy a hacer con tesón.
Y el tío se enrabiaba. Siempre era lo mismo con cualquier tío o tía. Había una tía bizca feísima, dios mío.
De la escuela militar recuerdo un cabo especialmente bruto al que le pedían permiso para ir a tomar H2O, y él respondía que no, que no eran horas de andar tomando medicinas.
- Tío, este surco voy a hacerlo con ahínco. - ¡No! (respondían) ¡es uno solo por surco!
Y entonces salía otro:
- Tío, este surco lo voy a hacer con tesón.
Y el tío se enrabiaba. Siempre era lo mismo con cualquier tío o tía. Había una tía bizca feísima, dios mío.
De la escuela militar recuerdo un cabo especialmente bruto al que le pedían permiso para ir a tomar H2O, y él respondía que no, que no eran horas de andar tomando medicinas.
martes, marzo 18, 2008
590. trabajar en el campo
Parte de la pedagogía cubana incluye el trabajo en el campo. Desde 7º básico los niños pasan 45 días en un campamento realizando faenas agrícolas. Luego en la enseñanza media hay un sistema de internados de doble jornada, escuela durante la mañana y campo durante la tarde, o viceversa.
En la escuela al campo trabajé sacando yucas y cargando sacos de papas (había que subirlos y bajarlos de un tractor). También me tocó echar fertilizante en las plantaciones de papa.
En la escuela al campo trabajé sacando yucas y cargando sacos de papas (había que subirlos y bajarlos de un tractor). También me tocó echar fertilizante en las plantaciones de papa.
- Sacar yuca era difícil pero podía ser entretenido;
- echar fertilizante era fácil, uno tenía que cargar un "jolongo", o especie de saco - bolso con fertilizante;
- cargar sacos de papa era lo peor, quedabas con dolor de espalda. A mis amigos les gustaba porque uno paseaba encima de la carreta y a veces pasaba por los campamentos de mujeres de otros colegios:
- deshierbar (desmalezar) era una lata; se hacía con las manos. Otra cosa que me cargaba era chapear (cortar la maleza con machete).
- Huataquear (desmalezar con la huataca, un implemento agrícola) tampoco me satisfizo, es más, recuerdo una plancha memorable que me hizo pasar un profesor: "¿quién hizo este surco?" Y yo me vi obligado a decir “yo profe”. “¡Esto es una mielda!”, gritó.
Nunca fui hábil con el machete, y en general en ninguna de las labores del campo. Robar mangos sí, en eso era bueno pero prefería que otro se subiera a la mata (el árbol).
domingo, marzo 16, 2008
589. Las armas de ayer
Escaneé estas páginas de "Las armas de ayer", de Max Marambio, por su conexión con esta otra historia que puse aquí hace tiempo. Son dos versiones que parten de esa noche que yo ubiqué erróneamente en 1974. En realidad ocurrió en los primeros meses tras el golpe.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)