miércoles, agosto 06, 2008
688. esteganografía
La esteganografía es la disciplina en la que se estudian y aplican técnicas que permiten el ocultamiento de mensajes u objetos, dentro de otros, llamados portadores, de modo que no se perciba su existencia.
lunes, agosto 04, 2008
687. mujeres y participación
Sólo el 18,9% de candidaturas a alcaldes/as son mujeres. Para remediarlo, vota en Santiago por Titi Viera Gallo y en La Reina por Josefa Ruiz Tagle.
domingo, agosto 03, 2008
686. corazón de melón
Una cardióloga portuguesa me mostró hace poco algunos de los exámenes que debía analizar cotidianamente como parte de las actividades de su profesión, y me di cuenta de que si uno tuviera suficiente dominio sobre el propio corazón podría producir sofisticadas formas de arte, tan sólo conectándose a los aparatos médicos y variando la frecuencia de los latidos. Un músculo cardíaco común puede, de hecho, con la ayuda de dichas máquinas, obtener imágenes impresas que no desentonarían en cualquier feria de arte contemporáneo.
Para Wagner, la forma de arte perfecta era la ópera, por su capacidad de reunir poesía, música, danza y dramaturgia en una sola obra. A mí esa idea siempre me pareció un poco grosera y ahora encuentro que las resonancias, las ecografías y el resto de los exámenes cardiológicos ofrecen todo un universo nuevo de posibilidades mucho más sutiles.
Además, sería bonito esclavizar estos aparatos de última generación usando lo que nos hace tan diferentes a ellos. Sería como manejar un pincel directamente con el corazón, pasando a llevar la dictadura del intelecto y sus fijaciones artificiales sobre lo que es o no adecuado; entonces sí que podríamos dar con la obra de arte verdaderamente perfecta. Aunque ello requeriría destrezas nuevas, es cierto, y me imagino que debería enseñarse a través de una malla curricular no convencional, con asignaturas como yoga, meditación trascendental, hipnosis y qué sé yo cuántas cosas más.
Pensé en eso mientras trataba de inventar un piropo apropiado para esa amiga cardióloga o “cardiologista”, como se dice en portugués, a que hice referencia al comienzo. Estando cerca suyo los corazones simplemente se desbocaban, y habría tenido que autoinferirme una inyección de cinismo para controlar el mío, si no estuviera lisiado por las no pocas cirugías sentimentales que me he practicado en la vida, que me han dejado con una inmensa desconfianza hacia cada gramo de emoción que creo percibir. De no ser así, habría abandonado mi corazón hace tiempo en Brasil, Portugal, Huechuraba o en cualquier otro lugar.
En todo caso, mi supuesta admiración por la cardióloga portuguesa podría ser vista como un pretexto, un sencillo recurso literario. Mi corazón, a estas alturas, debe ser un lugar muy lúgubre, gracias a Dios: una obra de arte moderna. El cinismo es bastante práctico para mantener las pasiones a raya. Pero quienes pretendan volverse cínicos deben saber que ese viaje es sólo de ida. Después es casi imposible desciniquizarse, porque uno le agarra el gusto y el cinismo se convierte en una cardiopatía. A fin de cuentas, es fantástico someter el corazón a la perversa dictadura de la razón para evitarse bochornos e incomodidades. Más me convenzo de ello cuando escucho radioemisoras que promueven el amor de pareja. En este momento, sin ir más lejos, el pobre Camilo Sesto dice que siempre se enamora de mujeres que no lo pescan (si yo fuera él me habría cortado el pelo hace rato) y, unos minutos atrás, José José aseguraba haberse transformado en paloma, vaya uno a saber por qué.
Para Wagner, la forma de arte perfecta era la ópera, por su capacidad de reunir poesía, música, danza y dramaturgia en una sola obra. A mí esa idea siempre me pareció un poco grosera y ahora encuentro que las resonancias, las ecografías y el resto de los exámenes cardiológicos ofrecen todo un universo nuevo de posibilidades mucho más sutiles.
Además, sería bonito esclavizar estos aparatos de última generación usando lo que nos hace tan diferentes a ellos. Sería como manejar un pincel directamente con el corazón, pasando a llevar la dictadura del intelecto y sus fijaciones artificiales sobre lo que es o no adecuado; entonces sí que podríamos dar con la obra de arte verdaderamente perfecta. Aunque ello requeriría destrezas nuevas, es cierto, y me imagino que debería enseñarse a través de una malla curricular no convencional, con asignaturas como yoga, meditación trascendental, hipnosis y qué sé yo cuántas cosas más.
Pensé en eso mientras trataba de inventar un piropo apropiado para esa amiga cardióloga o “cardiologista”, como se dice en portugués, a que hice referencia al comienzo. Estando cerca suyo los corazones simplemente se desbocaban, y habría tenido que autoinferirme una inyección de cinismo para controlar el mío, si no estuviera lisiado por las no pocas cirugías sentimentales que me he practicado en la vida, que me han dejado con una inmensa desconfianza hacia cada gramo de emoción que creo percibir. De no ser así, habría abandonado mi corazón hace tiempo en Brasil, Portugal, Huechuraba o en cualquier otro lugar.
En todo caso, mi supuesta admiración por la cardióloga portuguesa podría ser vista como un pretexto, un sencillo recurso literario. Mi corazón, a estas alturas, debe ser un lugar muy lúgubre, gracias a Dios: una obra de arte moderna. El cinismo es bastante práctico para mantener las pasiones a raya. Pero quienes pretendan volverse cínicos deben saber que ese viaje es sólo de ida. Después es casi imposible desciniquizarse, porque uno le agarra el gusto y el cinismo se convierte en una cardiopatía. A fin de cuentas, es fantástico someter el corazón a la perversa dictadura de la razón para evitarse bochornos e incomodidades. Más me convenzo de ello cuando escucho radioemisoras que promueven el amor de pareja. En este momento, sin ir más lejos, el pobre Camilo Sesto dice que siempre se enamora de mujeres que no lo pescan (si yo fuera él me habría cortado el pelo hace rato) y, unos minutos atrás, José José aseguraba haberse transformado en paloma, vaya uno a saber por qué.
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