Actúan Nona Fernández y Álvaro Morales
sábado, mayo 10, 2008
viernes, mayo 09, 2008
jueves, mayo 08, 2008
630. ¿quién salva a los animalitos de chaitén?
/ Por Janis
Quiero felicitar a la gente que realiza actividades para rescatar y salvar, de una muerte segura a los animales domésticos, que las familias evacuadas debieron dejar en Chaitén. De verdad les doy las gracias por tener esta preocupación, y arriesgar en esta noble tarea incluso sus vidas, por estos indefensos seres, de los cuales nadie se preocupa. Es extremadamente urgente generar políticas públicas para proteger a los animales. No puede ser que una evacuación se considere “exitosa” si todos los animales de Chaitén están muriendo y de forma horrible.
Espero de verdad que la gente aporte a la cuenta corriente (yo lo hice) para ayudar a los animales que quedaron abandonados, me alegra y tranquila saber que hay gente como ellos.
miércoles, mayo 07, 2008
629. Me robaron la bici
Acaban de robarme la bicicleta. Solía dejarla en el estacionamiento de mi edificio. El ladrón, conociendo la rutina del conserje, esperó a que éste saliera y, con uno de esos alicates gigantes con nombre de emperador francés, cortó la cadena que la sujetaba. No era gran cosa, pero tenía canasto y parrilla: con ella iba a la feria, al supermercado y a una buena cantidad de lugares a los que se llega más rápido en dos que en cuatro ruedas, para asombro de peatones y automovilistas.
Estaba convencido, no sé bien por qué, de que cuando te roban la bicicleta es porque estás deprimido. Ese prejuicio me sugestionó y me hizo encontrar no pocos síntomas de depresión en mi ánimo, fabricados al instante como si fueran jugo en polvo.
Antes tomaba como referencia a mis gatos para describir lo que me duraban los anteojos. Luego de perder tres pares, me dije: los anteojos me duran lo que me duran los gatos. Los gatos me duraban poco más de un año, después entraban en celo y desaparecían, o se envenenaban o los atropellaban. Los últimos anteojos me han durado ocho abriles, lo que es más o menos el tiempo que llevo sin gato. Capaz que si adopto uno se me pierdan.
En cuanto a las bicicletas, sólo he tenido dos en mi vida de adulto, sin contar las esporádicas. Duré diez años con la anterior, una pistera azul que regalé a un amigo cuando compré la que me robaron. Una vez un gásfiter me mostró un hermoso trasto de 1940 que seguía andando de manera impecable. Era dura y funcional. Recuerdo que entonces me ilusioné con la posibilidad de que la mía me acompañara toda la vida.
Está visto que en Chile el robo de bicicletas se ha vuelto tremendamente popular. Tanto, que para un sector nada despreciable de la ciudadanía (tal vez un treinta por ciento) debe ser un delito menor, como fumar marihuana o subirse a la micro sin pagar. Quizás las transnacionales –que según un obispo inventaron el levonorgestrel para controlar la natalidad en Chile– estén involucradas. La ausencia de dispositivos antirrobo de bicicletas revela cierta complicidad del mercado. Aproveché mi paranoia para diseñar algunos.
Se me ocurrió que podría fabricarse una pequeña alarma en la llanta trasera, similar a la que usan los autos. ¿Por qué no? También estuve pensando en una fórmula para cortar los frenos al estacionar, de modo que el ladrón se descreste en la esquina (sus gritos de dolor operarían como alarma). En el colmo de mi enojo imaginé un sistema para electrificar el manubrio.
Mi mejor diseño consiste en una serie de agujas dispuestas sobre una tablita siguiendo la forma de mis iniciales. Escondiendo el dispositivo en el asiento, lograría que el ladrón al sentarse se clavara las agujas, lo que lo dejaría condenado a llevar de por vida mis iniciales en el culo. “Un Julio Carrasco en el culo es algo que debe doler”, me ha dicho, bromeando, una amiga. Como quiera que sea, este diseño tiene un inconveniente: ¿qué pasa si olvido sacar el dispositivo y me siento encima de él? Habrá que pensar otra cosa.
Estaba convencido, no sé bien por qué, de que cuando te roban la bicicleta es porque estás deprimido. Ese prejuicio me sugestionó y me hizo encontrar no pocos síntomas de depresión en mi ánimo, fabricados al instante como si fueran jugo en polvo.
Antes tomaba como referencia a mis gatos para describir lo que me duraban los anteojos. Luego de perder tres pares, me dije: los anteojos me duran lo que me duran los gatos. Los gatos me duraban poco más de un año, después entraban en celo y desaparecían, o se envenenaban o los atropellaban. Los últimos anteojos me han durado ocho abriles, lo que es más o menos el tiempo que llevo sin gato. Capaz que si adopto uno se me pierdan.
En cuanto a las bicicletas, sólo he tenido dos en mi vida de adulto, sin contar las esporádicas. Duré diez años con la anterior, una pistera azul que regalé a un amigo cuando compré la que me robaron. Una vez un gásfiter me mostró un hermoso trasto de 1940 que seguía andando de manera impecable. Era dura y funcional. Recuerdo que entonces me ilusioné con la posibilidad de que la mía me acompañara toda la vida.
Está visto que en Chile el robo de bicicletas se ha vuelto tremendamente popular. Tanto, que para un sector nada despreciable de la ciudadanía (tal vez un treinta por ciento) debe ser un delito menor, como fumar marihuana o subirse a la micro sin pagar. Quizás las transnacionales –que según un obispo inventaron el levonorgestrel para controlar la natalidad en Chile– estén involucradas. La ausencia de dispositivos antirrobo de bicicletas revela cierta complicidad del mercado. Aproveché mi paranoia para diseñar algunos.
Se me ocurrió que podría fabricarse una pequeña alarma en la llanta trasera, similar a la que usan los autos. ¿Por qué no? También estuve pensando en una fórmula para cortar los frenos al estacionar, de modo que el ladrón se descreste en la esquina (sus gritos de dolor operarían como alarma). En el colmo de mi enojo imaginé un sistema para electrificar el manubrio.
Mi mejor diseño consiste en una serie de agujas dispuestas sobre una tablita siguiendo la forma de mis iniciales. Escondiendo el dispositivo en el asiento, lograría que el ladrón al sentarse se clavara las agujas, lo que lo dejaría condenado a llevar de por vida mis iniciales en el culo. “Un Julio Carrasco en el culo es algo que debe doler”, me ha dicho, bromeando, una amiga. Como quiera que sea, este diseño tiene un inconveniente: ¿qué pasa si olvido sacar el dispositivo y me siento encima de él? Habrá que pensar otra cosa.
martes, mayo 06, 2008
628. Un consejo de mi profesor de fútbol en 6º básico
En 1990 me encontré en el aeropuerto Ezeiza de buenos aires con mi profesor de fútbol en 6º básico. Me desilusioné un poco, era más bajo de lo que recordaba y menos sabio. Pero un consejo suyo tiene plena vigencia: no hay que cerrar los ojos al mover la cabeza. Lo corroboré en clases de Bikram, ese yoga que se practica a 42ºC. Si cierras los ojos te mareas enseguida.
Siempre fui malo para el fútbol. De grande encontré mi estilo: hacer faltas. En las pichangas siempre llego a un arreglo de buenas intenciones para que no se me enoje la gente. A los delanteros los bajo sin misericordia, pero con amabilidad.
Siempre fui malo para el fútbol. De grande encontré mi estilo: hacer faltas. En las pichangas siempre llego a un arreglo de buenas intenciones para que no se me enoje la gente. A los delanteros los bajo sin misericordia, pero con amabilidad.
domingo, mayo 04, 2008
627. tragarse un alfiler
Una amiga me cuenta que una vez su hermano chico se tragó un alfiler, pero con la parte redonda hacia abajo. Esta posición hizo posible que el objeto se trasladara tranquilamente por el tracto digestivo. La mamá estuvo revisando su caca hasta asegurarse que el alfiler hubiera salido, cosa que pudo comprobar, por fortuna, a los cinco días.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)