viernes, marzo 24, 2006

166. Esther

En 5° básico estudiaba en Solidaridad con Chile, una escuela llena de chilenos que seguía el despreciable régimen de internado. Odié casi todo lo que había en esa miniatura de Alcatraz. Pasaba leyendo todo el rato que podía para acelerar el transcurso del tiempo. Un día vinieron unos cineastas a hacer un documental sobre nosotros. Cada día escogían un grupo de alumnos latinoamericanos para entrevistarlos. Llamaron a todos mis amigos menos a mí. En mi conciencia infantil estaba la sospecha de que lo habían hecho de acuerdo a la filiación partidaria de nuestros padres.

El tipo que se las daba de director del documental empezó a rondar a mi profesora, de quien para variar yo estaba enamorado. "Esther, ¿Esther?" la llamó desde la puerta el último día de filmación, antes de irse. Mi profesora rompió a llorar delante de todo el curso. Entonces se hizo evidente que habían sido amantes. Por mi parte no entendía qué tenía él que no tuviera yo. En 5° básico no tenía una noción muy clara del sexo, pero era suficientemente caliente como para haber hecho de todo con Esther. Tal vez debería haberme insinuado más.

jueves, marzo 23, 2006

165. Inexplicable

Me he hecho amigo de un taxista llamado Juan Francisco que trabaja para mi oficina. A veces me da recetas para la caída del pelo. Ayer me contó que vivió en los EEUU a comienzos de los años 70. Allá conoció a varios cubanos, entre los que recuerda a Américo Hernández, farmacéutico, que trabaja como notario en Miami.

Américo entendía perfectamente por qué se había producido la revolución en Cuba: “demasiadas diferencias de clase”. Para graficarlo mejor, se ponía a sí mismo como ejemplo, contando que solía pasear por la sierra en compañía de otros “niños bien” (hijos de ricos), matando negros como pasatiempo. Veían uno y le disparaban. “¡Cómo hacían eso!” Le decía Juan Francisco sorprendidísimo. “Te juro que no puedo explicármelo todavía chico pero así era la cosa" (le respondía Américo).

miércoles, marzo 22, 2006

164. Retro-innovación

Un compositor gringo vino a hacer un seminario de composición musical en la Universidad de Chile en 1994. Uno de los estudiantes le mostró una partitura hecha de dibujitos. Adler (asi se llama el compositor gringo) contó que un amigo suyo tuvo la misma ocurrencia en sus años de estudiante. Resulta que cuando entregó las partituras a los intérpretes para que la ejecutaran, cada uno de ellos empezó a tocar la última obra que había ensayado. "Nooooo" gritaba el compositor tomándose la cabeza con las manos. Los ejecutantes se encogieron de hombros.

Yo también me encogería de hombros si alguien me mostrara una partitura hecha con dibujos. Uno no es adivino para saber qué diablos quiso decir el autor con eso.

Adler contó otras historias vanguardistas, entre las que recuerdo esta: un concierto de un pianista coreano. Sobre el escenario había un hermoso piano de cola con un hacha al lado. El pianista llegó, tomó el hacha y las emprendió contra el pobre piano, para sorpresa de los asistentes.

Hace bastante tiempo el poeta Ángel Escobar me contó sobre un homenaje que había programado una galería de arte cubana a un pintor cierta vez. Había un trípode con un marco donde se suponía que el pintor iba a hacer algo. El pintor llegó mascando una mandarina, se la sacó de la boca y la pegó en la tela. Algunos de los asistentes dijeron: qué interesante.

Yo también digo qué interesante pero no respecto a ninguna de estas experiencias aisladas sino al fenómeno global. Por separadas me parecen caprichos de adolescente; unidas en un conjunto me dan qué pensar.

Pero de cualquier modo, ya está claro es que a estas alturas ninguna de estas cabezas de pescado resulta vanguardista, sino todo lo contrario. La cáscara de lo que alguna vez (hace cien años para ser más exactos) tenía contenido además de forma, función además de estructura.

martes, marzo 21, 2006

163. Malayo púgil IV

Cursé 4º año básico en la escuela primaria ALAMAR 7. Ese fue el año en que más peleas perdí en toda mi vida (1978). Resignado, adquirí la costumbre de terminar mis desencuentros lanzando sillas. Tomaba una silla y la lanzaba sobre mi oponente. No me preocupaba ni de acertar ni de lo que pasara luego, no, eso no era preocupación para mí. Alguna que otra vez di en el blanco, sin lesiones que lamentar, por suerte.

Inscribí mi nombre de esta manera en el folclore escolar del establecimiento. Al año siguiente me cambié a una escuela peor. Mientras duró esa generación en ALAMAR 7, cada vez que había una silla coja decían: "el chileno"*. Wao.

* Lo sé porque me lo contaban los amigos de mi edificio que siguieron estudiando en esa escuela.

lunes, marzo 20, 2006

162. la función prima sobre la estructura

En clases de análisis musical, Aliosha Solovera, profesor brillante de la Universidad de Chile, usó la frase "la funcion prima sobre la estructura" para ayudarnos a identificar un puente entre dos frases musicales. (Si cumple función de puente es un puente, sin importar la estructura que tenga). No sé si estaba consciente de la gran verdad que estaba diciendo.

Debussy aconsejó a Satie cuidar de la forma. Satie en respuesta escribió una obra para piano que llamó "composición en forma de pera" (o algo así). Eran grandes amigos. Termino con esta cita de un libro de Idries Shah: "Cuando la gente cree que la forma es más importante que la verdad, no encontrará la verdad, pero se quedará con la forma". Joder, qué verdad tan grande.