viernes, enero 18, 2008

540. una cocina

En la póliza de seguro de la cocina FENSA que compré en Falabella viene estipulado que la transformación al gas natural es gratis. Sin embargo el maestro que vino a hacerlo me quería cobrar 22 mil pesos; según decía no me cobraba la transformación sino la instalación. Le dije que yo mismo instalaría la cocina, que sólo quería que la transformara a gas natural. Contestó que no era posible porque tenía que estar previamente instalada para que pudiera realizar la transformación, y que no tenía tiempo para esperar a que yo fuera a comprar la manguera para instalarla.

Le dije que la ferretería quedaba a 20 metros de mi casa y que iría a buscar la manguera. Cuando volví ya estaba terminando la transformación a gas natural de la cocina. Le pasé 2 lucas como propina y conectó la manguera. Huevón fresco. En todo caso, las dos semanas que viví sin cocina me sirvieron para darme cuenta de que sólo la uso para hacer té. Me atraen más las lavadoras automáticas.

miércoles, enero 16, 2008

538. Púgil: Un micrero

Cuando un micrero las emprendió conmigo por pagar con el pase escolar en 1993, no podía creer que me hubiera pegado en la cara y más encima tan tontamente, con el reverso de la mano y por si fuera poco, con la mano abierta. Necio.

Con mucho estrés por castigar a ese equivocado, lo lancé al suelo de su micro y empecé a estrangularlo. No pasó mucho tiempo sin que me lo hiciera saber con el aliento que le quedaba: “no puedo respirar”. Le di una respuesta cinematográfica: “vas a morir”. Sabía que se me podía pasar la mano pero calculaba que cuando la meta es muy ambiciosa no es raro que uno llegue un poco antes, entonces ponía mi meta en estrangularlo pensando que llegaría un poco antes que eso. Exagero, el cálculo pasó por mi cabeza pero sólo quería asustarlo. Pero asustarlo bien. Así fue por lo demás, lo dejé tomar algunas bocanadas de aire, las señoras de la micro se alarmaron (“¡asesino, asesino!”) y tuve que soltarlo, no sin antes azotar su cabeza contra la tapa del motor, que era de plástico pero sonaba harto.

Estábamos al lado de la comisaría de Mc Iver c/ Sto Domingo; él aprovechó de acusarme con los pacos. Nos pidieron los antecedentes y nos dejaron ir. Su nombre era Herbert Parada, vivía en Peñalolén, tenía 23 años. Fue muy confuso para mí que habiendo estado a punto de morir se marchara contento por haberme acusado con los pacos. Qué raro. Yo no era feliz por aquellos años; lo siento Herbert.

La saga:

martes, enero 15, 2008

537. elegir mal

Una chica de la universidad se casó con un compañero de estudios africano. Muchas cubanas se casan con extranjeros para irse del país, pero esta eligió mal. Cuando supe de la historia, la familia había perdido contacto con ella hacía dos años y realizaba gestiones diplomáticas desesperadas para recuperarla. Según contaban mis amigos de ingeniería el marido era el hijo del jefe de una tribu xxxx, y la tenía encerrada en una choza junto a sus otras esposas. Tal vez exageraban y se trataba de uno de tantos problemas de violencia intrafamiliar, con la particularidad de que una cubana residente en África estaba involucrada.

Coincidencia: 537 es el código de larga distancia para llamar a La Habana.

lunes, enero 14, 2008

536. Pegar primero (púgil)

Cuando mi papá me recomendó la táctica de pegar primero y esperar a que los demás se metieran a separar, hacía tiempo que mis contrincantes la venían aplicando conmigo. El consejo no cambió en nada el curso de mis peleas, casi nunca fui capaz de dar el primer golpe, prefería esperar a que un evento de último minuto hiciera desistir a mi adversario, o que llegara alguien a evitar el problema y se solucionara todo, o por lo menos se postergara.

Una vez en el cumpleaños de un amigo que es hoy uno de los más grandes guitarristas del orbe, pegué primero. Fue en 1997, mi objetivo era un jugador de polo acuático grande y macizo como un bisonte pero al mismo tiempo, extraordinariamente impertinente. Hablé con sus cercanos para que lo calmaran, hasta que sucedió lo inevitable. Me estaba sacando la madre por tercera o cuarta vez pero no lo dejé terminar la frase y cayó de espaldas. Quedó inconsciente y estimé que lo mejor era retirarme antes de que despertara; además le había aguado la fiesta a mi amigo. Al día siguiente me enteré de que sus acompañantes entraron en un frenesí de mal genio y salieron en mi búsqueda. Cuando los volví a ver estaban más calmados.

La saga: