sábado, octubre 04, 2008
martes, septiembre 30, 2008
710. ¡que nadie los separe!
Dos tipos fueron a encerrarse al baño de hombres de la escuela secundaria 26 de julio para arreglar cuentas. Algunos cómplices, no sabría precisar el bando, amenazaron con hacer picadillo al que se atreviera a separarlos. Los otros dos se estaban dando durísimo, sonaban los piñazos “¡puf, paf!”, hasta que se enredaron y empezaron a rodar por el inmundo y asqueroso suelo del baño. Me fui en ese momento, no quise seguir viendo el espectáculo.
La saga:
La saga:
domingo, septiembre 28, 2008
709. una razonable cantidad de dolor
Pocas imágenes me habrán quedado tan grabadas en la memoria como la de Antonella Ríos vistiendo un improvisado bikini de crema chantilly en Los Debutantes , la primera película del cineasta Andrés Waissbluth. Recuerdo que la actriz fue alguna vez candidata a reina guachaca y perdió, injustamente desplazada por Tonka Tomicic. Quienes no se hayan contado entre las cien mil personas que vieron la película, pueden bajarla gratis en: http://www.199recetas.cl/.
El nombre del sitio web alude al segundo largometraje de Waissbluth, 199 recetas para ser feliz , que acaba de estrenarse en cines. Basado en un cuento de Marcelo Leonart, el filme relata el itinerario de tres personajes cuyas órbitas se van acercando como los extremos de una boleadora que se ha enrollado en el blanco, hasta que sucede lo inevitable y la historia termina, pero no la voy a contar aquí.
La escena que más recordaré de este segundo filme es la de dos chicas que se ponen a bailar un lento en homenaje al fallecido amante de una de ellas. La canción que suena es “Detén el invierno”, de Nutria, lejos una de las más bellas que se han compuesto jamás en cualquier idioma. No me explico por qué las radios chilenas no pasan a Nutria si es lo mejor que tenemos.
Volviendo a la película, al igual que Helena, personaje encarnado por Tamara Garea, pienso que 199 son demasiadas recetas para la felicidad. Yo tengo una sola: respetar el dolor. Creo que la infelicidad viene de malentender la felicidad como una constante búsqueda de placer, porque si uno pone la vida en función de eso va a obtener una frustración muy grande.
El placer persistente embota los sentidos, adormece y llama a la inacción. Las personas expuestas al placer demasiado tiempo engordan y se vuelven estúpidas. Una razonable cantidad de dolor, en cambio, ayuda a mantenernos alertas y a investigar de dónde viene y a dónde conduce todo esto. De modo que uno debe ser capaz de mantener el equilibrio, sin exagerar en ninguno de los dos sentidos, aunque, por desgracia, casi nunca se tiene la posibilidad (o la capacidad) de elegir. Quienes se hayan pasado de tragos en las fiestas dieciocheras lo corroborarán.
Por otra parte, la víspera del 18 de septiembre, mientras mis compatriotas empinaban el codo, hice patria viendo la última película de Andrés Wood, La buena vida , y la encontré excelente. Tanto ésta como 199 recetas para ser feliz resuelven guiones que parecen no tener salida, en un final que nos deja con una sensación liberadora. Uno sale de la sala de proyección más tranquilo, y con ganas de seguir viendo cine chileno.
Wood se llama igual que Waissbluth: Andrés. Si la hermana de cualquiera de ambos se hubiera casado con el otro, habrían tenido hijos con los apellidos Wood Waissbluth o viceversa. Curiosa combinación fonética. Quizás llamarse Andrés y tener una W en el apellido sea una garantía de calidad cinematográfica.
El nombre del sitio web alude al segundo largometraje de Waissbluth, 199 recetas para ser feliz , que acaba de estrenarse en cines. Basado en un cuento de Marcelo Leonart, el filme relata el itinerario de tres personajes cuyas órbitas se van acercando como los extremos de una boleadora que se ha enrollado en el blanco, hasta que sucede lo inevitable y la historia termina, pero no la voy a contar aquí.
La escena que más recordaré de este segundo filme es la de dos chicas que se ponen a bailar un lento en homenaje al fallecido amante de una de ellas. La canción que suena es “Detén el invierno”, de Nutria, lejos una de las más bellas que se han compuesto jamás en cualquier idioma. No me explico por qué las radios chilenas no pasan a Nutria si es lo mejor que tenemos.
Volviendo a la película, al igual que Helena, personaje encarnado por Tamara Garea, pienso que 199 son demasiadas recetas para la felicidad. Yo tengo una sola: respetar el dolor. Creo que la infelicidad viene de malentender la felicidad como una constante búsqueda de placer, porque si uno pone la vida en función de eso va a obtener una frustración muy grande.
El placer persistente embota los sentidos, adormece y llama a la inacción. Las personas expuestas al placer demasiado tiempo engordan y se vuelven estúpidas. Una razonable cantidad de dolor, en cambio, ayuda a mantenernos alertas y a investigar de dónde viene y a dónde conduce todo esto. De modo que uno debe ser capaz de mantener el equilibrio, sin exagerar en ninguno de los dos sentidos, aunque, por desgracia, casi nunca se tiene la posibilidad (o la capacidad) de elegir. Quienes se hayan pasado de tragos en las fiestas dieciocheras lo corroborarán.
Por otra parte, la víspera del 18 de septiembre, mientras mis compatriotas empinaban el codo, hice patria viendo la última película de Andrés Wood, La buena vida , y la encontré excelente. Tanto ésta como 199 recetas para ser feliz resuelven guiones que parecen no tener salida, en un final que nos deja con una sensación liberadora. Uno sale de la sala de proyección más tranquilo, y con ganas de seguir viendo cine chileno.
Wood se llama igual que Waissbluth: Andrés. Si la hermana de cualquiera de ambos se hubiera casado con el otro, habrían tenido hijos con los apellidos Wood Waissbluth o viceversa. Curiosa combinación fonética. Quizás llamarse Andrés y tener una W en el apellido sea una garantía de calidad cinematográfica.
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