jueves, febrero 16, 2006

152. Un culo para Los Muebles / Ok, de acuerdo


"Nada detendrá la marcha de la historia" reza una frase de Fidel Castro. La campaña de Los Muebles no es tan tremenda como la historia, pienso yo, pero igual parece que no se detiene con nada.
Y tú que andas de turista en Malasya, haz clic sobre lo que sigue para que veas cuán seriamente nos tomamos esto de la música, la poesía y el arte:
¿Por qué privar a los demás de lo que te fue dado gratis? Escribe “Los Muebles” sobre tu cuerpo, fotografíate y envía la imagen a julio@revistacasagrande.cl , y a cristobal@revistacasagrande.cl, y a sbarcaza@barco.cl. Si lo haces desde una cuenta de correo inventada (por ej: 1234@gmail.com) mantendrás tu anonimato: nadie sabrá que eres tú. Hazlo ahora.

martes, febrero 14, 2006

151. Malayo púgil II: 3 derrotas ejemplares.

1982
He sufrido derrotas humillantes, pero ninguna como la que me propinó un tipo que vivía en el edificio contiguo al mío en La Habana. No me voy a extender mucho en esto. Discutimos varias veces hasta que decidí que era tiempo de resolver nuestras diferencias con las manos. Fui el que comenzó pero le perdí el rastro a mi adversario; de repente sin entender cómo ni por qué, vi los últimos pisos del edificio, las nubes, y enseguida los bancos de la vereda: había sido proyectado contra el suelo.

Estaba peleando con un judoca. Había llovido y había barro por todos lados. Nos separaron, nos levantamos, simulé resignación y me abalancé luego sobre él sin previo aviso para volver a caer en el suelo, aunque esta vez con mejor fortuna. Fue frente a todo el barrio. Joder, qué injusticia.

Durante largos años esperé mi revancha, los dos crecimos mirándonos de reojo. Él estuvo dos años en Angola, volvió. Tuvimos algunas escaramuzas visuales pero nada pasó finalmente. Hoy sería ridículo guardarle rencor, principalmente porque ha cambiado mi opinión sobre las grescas callejeras.

1985
Con un compañero de colegio que medía el doble que yo en el internado donde estudiaba. Fui torpe en empezar la pelea y negligente en terminarla. Me lo tengo merecido. Además no era mala persona el tipo.

1989
Fue una noche en la cola de la micro en Cuba. Iba con mi hermano Sapo. Tuve una diferencia con unos tipos al subir; el más enojado de ellos me desafió a un combate singular. Acepté inmediatamente porque algunos meses antes había decidido que era "guapo" (bacán, choro, duro, etc).

Descendí del vehículo primero y volví la vista para saber del otro sin haberme alejado lo suficiente de la puerta: ERROR - ERROR - ERROR - ERROR; él bajó aprovechando la diferencia de altura para mandarme un gancho al mentón. Después rodamos en el suelo y el cabrón quedó sobre mí. Pedí prestadas unas fuerzas del más allá para salir de esa posición que me condenaba a una golpiza sin precedentes. Me avergüenza decirlo pero llegué a morderle una mano: tal era mi desesperación. Por suerte el conchesumadre se había agotado con las vueltas en el suelo. La saqué mal pero pudo haber sido mucho peor. Cada uno de nosotros partió por su lado, él cantando victoria, yo cabizbajo.

domingo, febrero 12, 2006

150. Malayo, púgil

A fines de 1º medio un compañero de curso había convertido mi vida en un yogurt y no contento con eso, vociferó en el recreo sus intenciones de hacer aeróbicos encima mío al final de clases. Yo, la verdad, estaba seguro de que no le iba a costar mucho trabajo y me sentía el hombre menos afortunado de Cuba. Guardé la esperanza de que algo lo hiciera olvidarse de mi persona, hasta que el horroroso sonido del timbre me hizo constatar lo inevitable.

Al salir la profesora, los varones de la clase cerraron la puerta y despejaron las mesas para que Jesús (era su nombre) pudiera magullarme a su placer. Apenas alcancé a dar unos pasos desde mi puesto y estuve dentro del fatídico círculo de curiosos esperando verme morder el suelo.
Aquí va una descripción de los protagonistas de esa tarde:

Chucho: también le decían “El loco”, pero su nombre era Jesús. Alto y delgado, pero bien constituido. El típico peleador del colegio, aunque no el mejor. Tenía una hermana guapa, guapa.

Malayo: El más flaco del curso y creo que del colegio. Fanático de los libros de zoología y paleontología. Había perdido todas mis peleas anteriores, nunca por knock out pero sí escandalosamente.

Subí levemente los brazos para adoptar una posición que sin enojar demasiado a mi contrincante, me permitiera esquivarlo, un poco al menos. El hijo de puta se me fue encima como si de ello dependiera la liga de béisbol del año. Por mi parte prendí el piloto automático y respondí golpe por golpe, simplemente porque era lo más adecuado a la situación. Bajé instintivamente la nuca 45 grados para ofrecer una menor superficie de mi rostro.

“¡Dale Malayo!” gritaban dos amigos. Cuando hubo pasado un rato, sorprendido de no estar en el suelo, subí un poco la vista y vi que mi contendor sangraba por la boca y tenía un ojo en tinta. Me llené de alegría y recibí un piñazo en pleno rostro, por lo que volví a concentrarme. Chucho usó todas sus estrategias, mas sin resultados. Cada vez que entraba a mi alcance recibía un castigo genial.

La pelea terminó cuando no pudo continuar. A mí me quedaban energías para un rato más.

Las conclusiones que saqué entonces:
- Inclinar la nuca 45ª
- golpear usando los hombros y el tórax. Después descubrí que es mi forma natural de hacerlo. No siempre da resultado, como contaré más adelante, pero cuando funciona es demoledor.
- no ir a buscar a mi contrincante sino esperar a que entre en mi círculo.

Así fue como gané mi primera pelea importante. Antes de eso fui un error pugilístico.