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Una vez en una mocha a la salida de un concierto de rock en un lugar muy malo de Guanabacoa, tres o cuatro amigos míos recibieron una tunda de golpes de parte de unos aborígenes. Eran 4 contra 500, lo típico. Yo no estaba, por suerte; conozco esta historia porque quedó en el folclore del barrio.
El rata y el pepillo habían quedado rezagados, venían corriendo a todo dar pero el enemigo acortaba distancia centímetro a centímetro. El rata escuchó la voz del pepillo:
- Fernan (el rata se llama Fernando), parece que me van a alcanzar.
- ¡Corre Pepillo, corre! (respondió)
- Fernan, parece que me van a alcanzaaaaaaa (cagó el pepillo)
El rata se detuvo a la cuadra siguiente al ver que la turba se contentaba con la presa recién atrapada. Así vio cómo el pepillo se soltaba de sus captores y buscaba refugio en una cafetería que había cerca. Los otros entraron a pegarle pero la gente de la cafetería no quería destrozos en el recinto. Todo esto dio lugar a una ridícula negociación en la que unos y otros le pedían al pepillo que no complicara más las cosas y saliera a la calle a dejarse masacrar.
Finalmente los perseguidores perdieron la paciencia y lo tomaron en andas. Casi lo sacan de la cafetería, pero él consiguió aferrarse a una mesa que quedó atravesada en la puerta. Lo que sigue parece guión de dibujo animado: un montón de huevones tirando al pepillo de las piernas, sin poder sacarlo de allí. Tan fuertemente se aferraba a la mesa.
Todo terminó cuando un niño lo golpeó con una piedra en la cabeza. El pepillo dijo “¡Ay!” y se llevó las manos a la cabeza, situación que aprovecharon los malos para arrastrarlo de una vez hasta la calle. De esto puedo dar fe: cuando el pepillo llegó al barrio estaba irreconocible, hasta podría decir deforme. Es un milagro que no perdiera un ojo o un diente.
Ahí lo tienen: ese es el pepillo, legendario rockero y ex drogadicto de mi barrio. La foto es de mi último viaje a La Habana, en febrero recién pasado.
La saga: