Durante el carnaval que fue Chile mientras estuvo detenido en Londres, participé en las escaramuzas callejeras que pude, si bien no tuve la oportunidad de trenzarme a golpes con sus acólitos porque siempre estaban demasiado protegidos por los carabineros. Era muy doloroso escucharlos corear consignas contra los detenidos desaparecidos; la primera vez que viví esa experiencia me volví un rottweiler, crucé la Alameda decidido a estrellarme contra el cordón policial que los rodeaba. Un contingente de pacos fue a por mí desde la otra orilla, pero la pequeña muchedumbre reunida en el lugar se interpuso y salvé ileso.
Pasada la euforia me doy cuenta de que lo que me enojaba era que la brutalidad tuviera reivindicación social, status, caché. Él mismo hizo cuanto pudo por instalar ese ánimo dentro de mí, y yo lo permití porque era lo más fácil. Viéndolo actuar veía lo peor de mi naturaleza.
En 1992, a raíz del hallazgo de fosas clandestinas con víctimas de la represión, contestó a una periodista que cuatro cuerpos por fosa le parecía “una economía”. En su discurso del once de septiembre de 1994 o 1995 dijo ante sus partidarios: “y los derechos humanos, ya saben para lo que sirven”. Un sacerdote español contó ante las cámaras que en una cita con él en plena dictadura le había dicho de un colega fusilado: “ese no era un cura, era un comunista, y a los comunistas hay que torturarlos para que canten”. Los ejemplos suman y siguen.
Yo trataba de hacer encajar estas arbitrariedades de la realidad en el orden de mundo que había imaginado entonces. Buscaba leyes que explicaran ese estado de cosas, hasta que di con la frase atribuida a
Arnaud Alméric, jerarca de la cruzada contra los Albigenses (comienzos del siglo XIII), quien al ser preguntado sobre cómo reconocer a los cristianos de los herejes durante la toma de la ciudad de Beziers, respondió:
“mátenlos a todos, dios sabrá reconocer a los suyos”.
Supe con ejemplos como este que la insolencia frente al dolor causado por la propia mano viene de una tradición antigua. No es Pinochet, es el ser humano, y el mundo es infinitamente más complejo de lo que creí.
Ya me acostumbré al agravamiento de su estado de salud en la víspera de cada fallo o procedimiento judicial. Le descubrieron esas cuentas bancarias con nombres falsos. Cada tanto uno de sus nietos se ve involucrado en una estafa o un escándalo.
Frei tuvo que bloquear las investigaciones del caso de los pinocheques. Y así, son pocos los que aún lo defienden. Hoy veo las noticias esperando entretenerme con esas tres o cuatro señoras que gritan con la boca espumeante y arremeten contra la prensa.
Me daba lo mismo cómo muriera, sólo espero que sigan investigando todo lo que hizo. Pero no es él lo que me preocupa, sino el orden artificial que creamos cuando inventamos leyes sociales que resguarden la vida de la gente. Tiene que quedar claro que no se puede llegar y gobernar un país a sangre y fuego. Aunque (lo sabemos porque es una ley) las dictaduras, las masacres y la injusticia son cíclicas y nos van a acompañar siempre.
(Publicado en The Clinic hace dos meses creo)