Vitrineaba en la feria artesanal de la estación Santa Lucía y solté un papel de chocolate en el cesto de basura de un local donde vendían cuero. El dueño montó en cólera y antes de que me marchara me pegó un combo suavecito. En la impaciencia por enseñarle a golpear me enredé con mi bolso un par de segundos. Sólo pude tocarlo una vez; mientras el hombre caía de espaldas contra los artículos de piel, los guardias de la feria se me abalanzaron y me arrastraron por el lugar como a un ladrón, mientras el tipo aprovechaba de darme patadas e insultos. Total, nos amigamos más tarde en la posta central. Él quedó con un ojo clausurado y yo, cosa extraña, sin heridas visibles a pesar de la machucada.
La saga: