Me gustaría, antes de definir mi posición final respecto al uso artístico del cuerpo, estudiar mejor lo que piensan los artistas que conforman el estándar contemporáneo. Me pongo el parche antes de la herida porque puede que mi opinión suene bárbara o conservadora. En general no suelo entender las performances, por ejemplo, pero me agradan cuando los artistas que las realizan son mujeres porque (esto lo digo con mucho respeto), acostumbran a desnudarse. Cuando se trata de la fotografía, mi atención se fija demasiado pronto en la sensualidad de la modelo como para dejar pasar alguna impresión estética. Por eso repruebo el empelotamiento como arte, aunque no podría estar 100% seguro de esto. Si lo que dije es muy grave podría eventualmente dar argumentos en sentido contrario. Ahora que lo pienso, no opino lo mismo de la pornografía pero no viene al caso explayarse en este punto.
Siguiendo
con la idea anterior, jamás habría ido a fotografiarme con Tunick, por ejemplo,
pero admito que me causó gracia la alta convocatoria que tuvo en Chile. No
obstante, y esto es muy interesante, cuando Tomás Vega me sorprendió (al
principio pensé que era una broma) entregándome una cámara para participar en
este proyecto de foto pilucha, decidí dar un paso adelante. Me fotografié en el
ascensor de mi edificio de entonces, durante la madrugada, vestido solamente
con mi pipa. El rebote del flash en los espejos me aturdió momentáneamente y
cuando las puertas se abrieron, en el piso 12, seguía inmóvil frente a mi
imagen desdoblada entre los espejos y el rollo fotográfico. Mi mente se
bronceaba en la playa nudista del inconsciente (Hahn dixit). Atiné a correr a
mi departamento con la ropa bajo el brazo.