Así comienza la columna de Eduardo Frei Ruiz-Tagle publicada hoy en La Tercera. El poeta Armando Uribe sostuvo que este había sido el presidente más tonto de la historia de Chile. Lamentablemente, las palabras del aludido parecen darle la razón.
viernes, octubre 17, 2008
717. Eduardo Frei Ruiz-Tagle
"La volatilidad de los mercados, producto de la crisis financiera global, nos obliga a estar preparados para tomar las medidas que sean necesarias en forma oportuna. Esta inestabilidad genera incertidumbre en las familias chilenas..."
martes, octubre 14, 2008
domingo, octubre 12, 2008
715. irse al chancho
No se vayan al chancho
Hasta de bodrios cinematográficos como la segunda parte de Matrix, o la última de Batman, puede uno sacar conclusiones provechosas. En mi caso, y lamento que no haya sido el de los genios de Wall Street, esas películas me sirvieron para reflexionar sobre el daño que puede acarrear una sobredosis de explosiones y persecuciones.
Ya el Cristo de Elqui, el protagonista del libro de Nicanor Parra, nos prevenía sobre los peligros del exceso, cuando decía no estar en contra ni de las relaciones sexuales prematrimoniales ni de la Democracia Cristiana, “siempre que no exageren la nota”.
El exceso de cualquier ingrediente echa a perder no sólo las películas, sino también las recetas de cocina y las relaciones de pareja; asimismo, es capaz de anular el efecto de los antibióticos, convertir el mareo en borrachera y la borrachera en escándalo. Si el exceso puede derribar los puentes y hacer chocar los automóviles, ¿por qué no habría de hacer otro tanto con las operaciones bancarias?
La inversión privada no puede fomentarse a costa del bienestar de la ciudadanía. No le tengo miedo al libre mercado ni a la competencia, pero sí a la falta de regulación, que, cuando hay dinero de por medio, deriva en el exceso. Las grandes compañías estafan continuamente sin hacerse cargo de la calidad del servicio que prestan, no por mala voluntad sino por políticas deficientes, por privilegiar la velocidad de la cadena transportadora en desmedro de la atención al cliente o, lo que es lo mismo, por reducir costos sin importar el daño.
El progreso nos ha dado hamburguesas contaminadas con heces de vaca, vegetales regados con aguas servidas, alimentos destinados al consumo infantil que exceden la dosis diaria de azúcar y sal recomendada para los adultos, sostenedores de colegios que se quedan con la plata de las subvenciones del Mineduc, médicos que piden un cheque antes de atender casos de urgencia, empresas que liquidan a una población de cisnes y siguen operando como si nada. Todo es parte de un mismo paquete que se llama “falta de regulación”. Una vez en un matrimonio le escuché decir al ejecutivo de una inmobiliaria que construir una torre en Chile era más rentable que poner tres en Miami, debido a la gran cantidad de reglamentaciones que debían cumplir allá. Este descontrol puede traer prosperidad a corto plazo, pero muy pronto pone de manifiesto sus efectos secundarios: malestar, inestabilidad, estancamiento. Son las consecuencias de lo que la sabiduría popular llama “irse al chancho”.
Ahora que los genios de Wall Street descubrieron la necesidad de regular la banca, llegó la hora, pienso, de aprender de ellos y regular en Chile, castigando a las inmobiliarias que construyen mamotretos sin esperar un estudio de impacto ambiental y a las casas comerciales que otorgan créditos engañosos.
Así como de las malas películas, podemos entre tanto sacar algún provecho de la falta de regulación. Por ejemplo, desde que se hizo público el informe del SAG que daba aviso de que el 60 por ciento de las verduras vendidas en Chile tiene pesticidas prohibidos, descubrí la manera de beneficiarme de ello. Ahora riego mis plantas de aloe vera con la misma agua con que enjuago las lechugas: así traspaso una parte de los pesticidas a mis plantas y las protejo de los insectos. Falta que alguien me proteja a mí de los que se van al chancho con sus excesos.
Hasta de bodrios cinematográficos como la segunda parte de Matrix, o la última de Batman, puede uno sacar conclusiones provechosas. En mi caso, y lamento que no haya sido el de los genios de Wall Street, esas películas me sirvieron para reflexionar sobre el daño que puede acarrear una sobredosis de explosiones y persecuciones.
Ya el Cristo de Elqui, el protagonista del libro de Nicanor Parra, nos prevenía sobre los peligros del exceso, cuando decía no estar en contra ni de las relaciones sexuales prematrimoniales ni de la Democracia Cristiana, “siempre que no exageren la nota”.
El exceso de cualquier ingrediente echa a perder no sólo las películas, sino también las recetas de cocina y las relaciones de pareja; asimismo, es capaz de anular el efecto de los antibióticos, convertir el mareo en borrachera y la borrachera en escándalo. Si el exceso puede derribar los puentes y hacer chocar los automóviles, ¿por qué no habría de hacer otro tanto con las operaciones bancarias?
La inversión privada no puede fomentarse a costa del bienestar de la ciudadanía. No le tengo miedo al libre mercado ni a la competencia, pero sí a la falta de regulación, que, cuando hay dinero de por medio, deriva en el exceso. Las grandes compañías estafan continuamente sin hacerse cargo de la calidad del servicio que prestan, no por mala voluntad sino por políticas deficientes, por privilegiar la velocidad de la cadena transportadora en desmedro de la atención al cliente o, lo que es lo mismo, por reducir costos sin importar el daño.
El progreso nos ha dado hamburguesas contaminadas con heces de vaca, vegetales regados con aguas servidas, alimentos destinados al consumo infantil que exceden la dosis diaria de azúcar y sal recomendada para los adultos, sostenedores de colegios que se quedan con la plata de las subvenciones del Mineduc, médicos que piden un cheque antes de atender casos de urgencia, empresas que liquidan a una población de cisnes y siguen operando como si nada. Todo es parte de un mismo paquete que se llama “falta de regulación”. Una vez en un matrimonio le escuché decir al ejecutivo de una inmobiliaria que construir una torre en Chile era más rentable que poner tres en Miami, debido a la gran cantidad de reglamentaciones que debían cumplir allá. Este descontrol puede traer prosperidad a corto plazo, pero muy pronto pone de manifiesto sus efectos secundarios: malestar, inestabilidad, estancamiento. Son las consecuencias de lo que la sabiduría popular llama “irse al chancho”.
Ahora que los genios de Wall Street descubrieron la necesidad de regular la banca, llegó la hora, pienso, de aprender de ellos y regular en Chile, castigando a las inmobiliarias que construyen mamotretos sin esperar un estudio de impacto ambiental y a las casas comerciales que otorgan créditos engañosos.
Así como de las malas películas, podemos entre tanto sacar algún provecho de la falta de regulación. Por ejemplo, desde que se hizo público el informe del SAG que daba aviso de que el 60 por ciento de las verduras vendidas en Chile tiene pesticidas prohibidos, descubrí la manera de beneficiarme de ello. Ahora riego mis plantas de aloe vera con la misma agua con que enjuago las lechugas: así traspaso una parte de los pesticidas a mis plantas y las protejo de los insectos. Falta que alguien me proteja a mí de los que se van al chancho con sus excesos.
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