En febrero de 2006 la única sobreviviente de un naufragio de más de 30 balseros daba su testimonio en el noticiario central de la televisión cubana. Rescatada tan sólo 24 horas antes por las autoridades, durante su aventura había sufrido quemaduras solares de segundo grado y había visto cómo varios de sus compañeros eran comidos por los tiburones. Al final de la entrevista le preguntaron qué era lo que más deseaba en ese momento, a lo que contestó (surrealismo puro):
- Que liberen a los cinco héroes
Más información sobre los cinco héroes aquí: http://www.adelante.cu/5heroes/index.php
jueves, abril 05, 2007
martes, abril 03, 2007
379. La carne humana debe tener un sabor especial
A mediados del siglo
XIX algunas aldeas de la India eran asoladas por tigres que se habían
acostumbrado a la carne humana, llegando al extremo de menospreciar a otras
presas, incluso cuando se les ofrecían en bandeja. Tenían un nombre, no lo
recuerdo ahora. Para librarse de ellos, los pueblitos contrataban a cazadores
especializados. Lo mismo ha ocurrido con algunos tiburones que se han quedado a
vivir en las costas después de degustar a algún bañista. Siempre he escuchado
que a las fieras de los circos y zoológicos no se les alimenta con cerdo por su
parecido al sabor de los seres humanos; aunque no me he tomado el trabajo de
corroborarlo.
Investigando sobre
música y trance con vistas al proyecto de título que debía adjuntar a mi
postulación a un magíster de musicología (que finalmente deseché), di con
varios textos que relataban las prácticas de canibalismo de algunos pueblos
sudamericanos. De acuerdo al relato de los cronistas del siglo XVI, existía un
protocolo, que comenzaba con una declaración recitada a los prisioneros, en la
que se especificaba su suerte más o menos en estos términos: “te hemos tomado
prisionero y te vamos a comer por tales y cuales razones, etc”. Luego, el
prisionero pasaba a vivir en la comunidad, que lo acogía como uno más de sus
integrantes, e incluso recibía una esposa con la que podía tener hijos (si el
tiempo alcanzaba para tanto) y que se entristecía cuando llegaba la hora de
faenarlo. Las partes más apetecidas eran los dedos, que se tenían por
exquisiteces a pesar de lo que cuesta comerlos por la poca carne y la
elasticidad de los tendones. La carne humana debe tener un sabor especial.
Hace un tiempo la
prensa contó la historia de dos tipos que se pusieron de acuerdo por internet
para que uno se comiera al otro. Parece que se juntaron, cocinaron el falo del
más estúpido de los dos, que luego vio cómo el otro se lo comía, cosa que debe
haber resultado muy placentera para ambos. No obstante estos extremos que
cualquier deportista del sadomasoquismo consideraría una exageración, el
canibalismo tiene algo de sensual. Reflexioné sobre esto después de preguntarme
por qué a veces he sentido algo parecido a la excitación mirando esos terribles
documentales supuestamente educativos de la televisión por cable, que muestran
cómo unos leones saltan sobre una cebra, la derriban y la sujetan por el cuello
al tiempo que comienzan a devorarla. No encontré la respuesta pero me sirvió
para recordar la génesis de mi imaginería sexual.
Debo haber sido
bastante apuesto cuando tenía tres años, porque recuerdo muchachas en faldas
deteniéndose a abrazarme en la calle mientras iba de la mano de mi madre.
Quería tener sexo con ellas pero no sabía cómo; mi fantasía era morderles las
piernas. Las de mi edad no me interesaban en lo absoluto, en cambio las grandes
me fascinaban, lo que prueba que ni siquiera entonces fui pedófilo. Yo les
mostraba los dientes para amenazarlas y eso les hacía gracia. Me calentaba ese
malentendido. Al acostarme recordaba cada detalle.
Cumplidos los cinco
años mi fantasía era más elaborada: participaba de una cena a base de mujeres.
Sucedía en el comedor de un castillo, las traían en grandes ollas que colocaban
sobre mesas de madera gruesas y muy largas. Había muchos otros comensales
conmigo, creo que la escena replicaba una comida de colegio. Las tomábamos. Lo
que más me calentaba era que estuvieran conscientes pero exánimes, como muñecas
con las articulaciones laxas. Les mordíamos los senos, los hombros, y ellas no
podían defenderse. Su aspecto físico todavía me agrada, delicadas y flexibles,
de pelo largo (la moda hippie de entonces).
Sigo siendo
aficionado a morder; me gustan las partes que contienen más carne: muslos,
glúteos, hombros; también el cuello y las clavículas por la facilidad con que
podría romperlos. Los senos, porque dejan a la mujer en una posición de
indefensión, sobre todo cuando se le sujetan las manos. Y el sexo, porque es el
misterioso centro del cuerpo femenino. Puedo describir todo esto, y entender la
relación que tiene con la manera en que es usado el verbo “comer” en las
conversaciones masculinas sobre sexo; pero no puedo explicarlo. Supongo que
viene de algún lugar muy adentro de nosotros.
inspirado en el canibalismo de corazón de látex y publicado en the clinic hace 2 semanas
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