Conduciendo rumbo a la casa de mi hermano el Chico Figueroa, con la intención de llevármelo al cumpleaños de mi hermano Torche, me vi envuelto en una de esas típicas situaciones que te ocurren cuando caes presa de la melancolía. Al doblar una esquina una mujer muy fea, a lo mejor un travesti, me pidió que la llevara:
- por favor sácame de aquí.
Le expliqué que sólo iba a la próxima cuadra, que es donde queda la casa de mi hermano Figueroa. “No importa, llévame igual”. Parecía como si mi estado de melancolía me hubiera metido en uno de esos poemas de hablante femenino que estuvieron en boga en los 80 en Chile (clones de La Tirana de Maquieira). Le dije que no a ella y le digo que no a los poemas de hablante femenino (por favor no vean en esto un juicio de valor no quiero pelear con nadie).
Al bajarme del auto dudaba sobre si había hecho lo correcto, tal vez debí ser más dócil con esa persona, tal vez debí llevarla aunque fuera una cuadra o dos (me decía).
Ahora estoy seguro de que me habría metido en un problema, ¿cómo hago que se baje del auto después? La melancolía te hace vulnerable a cualquier cosa. Pero ya pasó, no estoy melancólico.
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