lunes, mayo 29, 2006

215. En la autopista

(La Habana, 1989)

“Una cara sin cicatrices es una cara sin personalidad” me dijo una amiga en 1989 para reconfortarme al ver cómo había quedado después de deshacer un Lada contra una camioneta. Para dar una idea de cómo quedó el Lada, baste decir que del parachoques al volante había 10 centímetros. Y la camioneta nunca más anduvo.

Choqué el 21 de julio de 1989 pasada la medianoche, borracho, corriendo contra un ford 59 o algo así. Mi copiloto, mi hermano el Vladi, iba con la mitad del cuerpo fuera de la ventana amenazando a los ocupantes del otro automóvil; no sé cómo no se partió en dos con el impacto.

Recuerdo el ruido de las llantas de mi auto al frenar en seco, la camioneta detenida acercándose vertiginosamente, el crash y un silencio espectacular. Quedé en un estado de semi conciencia. Sentí cómo un hilo de sangre comenzaba a correr por mi cara y goteaba desde la barbilla. Escuché voces en el exterior, unos hombres trataban de romper la puerta.

El parabrisas roto me causó una curiosidad infinita, torpemente deslicé mi mano izquierda por el borde y la retiré al enterrarme un vidrio.

“Deja eso chico” dijeron las voces, me levantaron y me dejaron en el asiento trasero de otro automóvil. “¡Aquí hay otro!” escuché a lo lejos y pensé enseguida: “me eché al Vladi”.

A medida que el auto se acercaba al hospital iba mirando las luces del alumbrado público.
Me tiraron sobre una camilla y corrieron conmigo a la sala de urgencias. Me rompieron el pantalón, alguien se acercó con un balde de timerosal (un desinfectante muy doloroso) y lo lanzó sobre mi rodilla. Un médico me afeitó la parte superior derecha de la cabeza, me cosió. Luego me pidió que cerrara los ojos y me cosió el párpado.

“Soy un bárbaro” le escuché decir. Cuando me pidió que abriera los ojos había olvidado si podía ver antes de cerrarlos. La idea de que tal vez hubiera perdido la visión me aterrorizaba. Al abrir los ojos me puse eufórico y le repetía al médico: “¡eres un bárbaro chico!”. De golpe recordé a mi copiloto y grité “¡¿Dónde está el Vladi?!”.

- ¿Qué dice este? (habló el médico)
- Debe ser ese que está ahí (contestó una enfermera)

Miré a mi izquierda: ahí estaba el Vladi acostado en otra camilla y apuntándome con el índice:

- El coño de tu madre.

El alivio de ver al Vladi entero me puso eufórico de nuevo. Empezamos a vanagloriarnos a voz en cuello de la forma en que habíamos ganado la carrera al Ford 59.

- Alabado sea Dios, qué mal hablados son estos muchachos (decía una enfermera gorda)

Los fierros retorcidos de lo que alguna vez fue ese Lada quedaron tirados frente a mi casa por meses. Mis vecinos decían que había hecho pacto con el diablo. A veces para divertir a mis amigos participaba de las conversaciones que tenía la gente al pasar: “los tipos que iban dentro no pueden haber sobrevivido, etc”

Mis daños fueron contusiones múltiples, una cicatriz en el párpado, la nariz chueca y una gran cicatriz en la cabeza. Pensar que alguna vez me llamaron Frankestein por esa cicatriz; hoy, gracias al tratamiento anti calvicie que estoy siguiendo a base de aloe vera, prácticamente ha desaparecido.

Hoy sé que un tipo de 18 – 19 años al volante es un peligro. Hasta esa fecha protagonicé carreras contra motos, automóviles, y lo que se moviera. Me arrepiento, por suerte no maté a nadie.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

...qué silencio...

Anónimo dijo...

...suenan grillos...

nadie dijo...

ah no te arrepientas, esa maldición adolescente es lo que te salvó seguramente.