martes, marzo 11, 2008

584. Un clavo en medio del cráneo

Aunque el caso de Gerardo Rocha ya nos ha hecho hablar hasta por los codos acerca de los celos, me permito añadir unas líneas sobre un aspecto del asunto que a mi juicio aún no ha recibido la debida atención: el influjo que ellos, los benditos o malditos celos, ejercen en la creatividad de la gente. Sé que pocas personas están dispuestas, para escapar a una eventual sequía creativa, a incitar a sus parejas a ejercer el adulterio. Sin embargo, a quienes no tienen otra alternativa les puede servir de aliciente saber que de alguna manera comparten la sustancia que ha atizado el genio de grandes artistas.

En un célebre pasaje de la Divina comedia, Dante se encuentra en el infierno con Francesca de Rimini, que poco tiempo antes de éste, su nacimiento en la literatura, había muerto en la vida real junto a su amante, Paolo Malatesta, al ser sorprendidos infraganti por el hermano de él, que a su vez era el marido de ella.

Entre la pequeña multitud de artistas y poetas que han encontrado inspiración en tan intenso episodio, destaca Maeterlinck, quien efectuó un revival con Pélleas et Mélisande, obra de teatro muy popular a comienzos del siglo XX, posteriormente musicalizada, entre otros, por Arnold Schoenberg. Cinco años más tarde el propio compositor tendría su vía crucis sentimental cuando su esposa Matilde lo abandonó por un joven pintor. Pero, a diferencia de Malatesta, Schoenberg no atacó a la parejita sino que optó en esos meses sombríos por hacer lo que sabía: compuso la primera canción atonal, llevando la música hasta extremos nunca antes explorados. Su esposa volvió a casa y el pintor-seductor se suicidó.

El músico renacentista Gesualdo suele considerarse precursor de Schoenberg debido al uso sistemático de las disonancias en su obra. Pero los acerca más el hecho de que comenzó sus innovaciones musicales después de encontrar a su mujer con otro hombre en la cama. Hizo una carnicería con ambos, pero no viene al caso hablar de esto ahora. No era a él a quien Schoenberg escuchaba en su juventud, sino al insoportable Richard Wagner, y de éste heredó el entusiasmo por las disonancias.

Wagner también estuvo enamorado de una Matilde, pero le tocó jugar el papel de patas negras. ¿El resultado? Tristán e Isolda, una de las más importantes óperas de la historia, que versa, dicho sea de paso, sobre otro adulterio. Hasta aquí hemos visto los beneficiosos efectos secundarios de los celos en los creadores. Hay que cuidarse, no obstante, de experimentarlos cuando no se tiene manera de canalizar la creatividad, ya que ésta puede tomar una dirección
arbitraria.

Si no, miremos, por ejemplo, el caso de un vecino chilote que llegó a un consultorio aquejado de un fuerte dolor de cabeza. Al revisarlo, el médico se encontró con que tenía un enorme clavo enterrado en medio del cráneo, justo en la unión entre los parietales y el lóbulo frontal. Él mismo lo había puesto allí martillándose con una piedra, bajo el supuesto de que culparían de su muerte al amante de su señora. El médico le extrajo el clavo con un alicate y el hombre se fue caminando como si nada. Lo vi en un video patrimonial.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo te ví ese día en el diario
Buena foto...

Anónimo dijo...

Yo una vez leí la historia (me parece que en la Muy Interesante) de un conde o lord inglés, que descubrió que su mujer estaba revolcándose con otro conde o lord inglés. El primer conde o lord, ciego de celos, fue al más cochino puterío disponible, y se metió con cuanta mujer encontró hasta que le dio sífilis. Luego fue a su casa y tuvo sexo con su señora, que por supuesto se contagió de sífilis, para luego pegarle la sífilis al segundo conde o lord, quien a su vez se la pegó a su propia mujer e hijos. Esto lo relató su mayordomo, que vio horrorizado cómo se desenvolvían los hechos.

Anónimo dijo...

viste que no andaba tan perdida en el post anterior. eso malayo: generatividad ante los celos... bien abstracto tú, chico eh?

fidelio dijo...

Eso de la arbitrariedad a la que te pueden llevar los celos es bien interesante también, cuando la creatividad se pone al servicio de la destrucción.

Los celos del amor posesivo, que reflejan un quiebre en el sentido de dignidad personal, pueden llegar a provocar tormentos insoportables para la conciencia, y hay casos en que la muerte puede llegar a vislumbrarse como único alivio.

Anónimo dijo...

Para el que quiera ser o tener un patas negras es mejol que no deje huellas, chico.