Cada vez que veo una pipa me dan ganas de comprarla. En Arcos de la Frontera conocí un señor que tenía 90 pipas. Me gustaría ser como él, pero por otro lado me gustaría fumar siempre de la misma pipa y ver cómo va envejeciendo conmigo.
Tarás Bulba, personaje de la novela homónima de Gogol, tenía sólo una pipa y muere por regresar a buscarla cuando era perseguido por el ejército polaco. Mientras lo izaban en un palo para quemarlo mira el paisaje y alcanza a alertar a los suyos de una emboscada. Termina gritándoles que le cuenten a sus nietos las historias del viejo Tarás Bulba. La gloria. Tarás Bulba muere feliz a diferencia de los héroes homéricos, para quienes la muerte honorable que truecan por una vida sangrienta sigue siendo un magro salario.
Qué destino tan triste el de los héroes homéricos. En La Odisea, la sombra de Aquiles se lamenta. Reina entre los muertos pero cambiaría su corona por una vida simple de campesino: ¿qué sentido tendría en cualquier caso, sabiendo que de todas maneras tendrá que morir? Han pasado 3 mil años, Odiseo también está muerto.
En Arcos también conocí a Giovanna, una profesora de literatura. En 1975 se presentó ante Borges para leerle su tesis de grado. Era un estudio que lo vinculaba a la literatura Sufí (el sufismo es una tradición mística vinculada al Islam). Borges la recibió todos los días hasta que hubo terminado. La tesis se publicó en Londres. Giovanna desapareció de mi vista como un personaje borgiano, la invité a almorzar y cuando volví la vista no estaba.
Por último conocí, esta vez en Barcelona, a un argentino que fue a tatuarse un dragón al negocio de mi hermano Marange (tiene un negocio de tatuajes y percing). Según nos contaba, en su niñez recuerda haber compartido cancha con un tal Diego, a quien llamaban el pelusa. Era un jugador descomunal, por eso no le asombró tanto verlo en la TV muchos años más tarde. En realidad sí le asombró.
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