martes, junio 03, 2008

652. poetas malditos

En los días que siguieron a la muerte de Jorge Teillier, hace unos doce años, la prensa cultural no hacía otra cosa que subrayar su calidad de poeta maldito. Y lo hacía con tanto entusiasmo, que más de un incauto habrá terminado convenciéndose de la necesidad de llevar una vida miserable, ojalá no exenta de drogas, para alcanzar la cima creativa.

Yo mismo, desde entonces, empecé a encontrar rastros de vino en cada verso suyo y vi detrás de toda su obra el clásico discurso del borracho apoyado en la barra. No me explico cómo el alcohol puede homogeneizar tanto el lenguaje de la gente. La otra vez, sin embargo, abrí un libro de Teillier y no lo encontré malo. Tal vez haya llegado el momento para mí de releerlo.

A mediados de los noventa, poco antes de despacharse de un escopetazo (con la poco romántica excusa de un dolor de úlcera), el cantante de Nirvana había declarado a la prensa que era un hombre feliz. “Cómo te estarás riendo, Kurt”, escribían algunos periodistas enfervorizados en sus columnas necrológicas. Al parecer todos se ponen contentos cuando se mata un escritor o un rockero. Nunca me gustó Nirvana, en todo caso.

El suicidio del poeta cubano Ángel Escobar (que vivió un par de años en Chile) generó reacciones similares. Yo, que lo conocí, tuve que sufrir comentarios del tipo “ahora tengo más ganas de escribir”, “los grandes poetas mueren jóvenes”, etcétera. Si les produce tanta alegría que la gente se muera, ¿por qué no se matan ellos también?

Los jóvenes son especialmente vulnerables a esta admiración por el sufrimiento ajeno. Yo creo que su acercamiento a la literatura no debería partir de los poetas franceses de fines del siglo diecinueve, que pusieron de moda el adjetivo “maldito”. No son raros los adolescentes que, buscando un atajo hacia la celebridad, se hacen militantes del malditismo. Ponen mucho cuidado en emborracharse, drogarse, volverse locos y hacer escándalo, pero se preocupan menos de leer a los súper clásicos y del poco glamoroso trabajo de taller: lidiar con la métrica, cambiar los versos de lugar. Usualmente, tienen la política de no modificar un poema porque es fruto del sagrado momento de la inspiración. El resultado estético les da lo mismo. Total, como son malditos, alguien los descubrirá en cien años más. Copiaron la cáscara. Rimbaud y Compañía pueden haber sido locos, pero se sacaban la mugre corrigiendo.

Lo último que descubrí, a todo esto, es que al hacer ejercicio durante algún tiempo el cuerpo comienza a segregar endorfinas, sustancias relajantes similares al opio. Si, por otro lado, el ejercicio es suficientemente intenso, se liberan catecolaminas, las hormonas del estrés, que lo dejan a uno en un estado de euforia parecido al que provocan las anfetaminas. Entonces un artista realmente maldito debería hacer ejercicio en forma regular, todos lo días, para mantener un buen nivel de sustancias similares al opio o a las anfetaminas en su sangre. Es mi caso, porque voy al gimnasio en las mañanas y lo he estado haciendo por años. ¿Me estaré convirtiendo en un columnista maldito?


7 comentarios:

Anónimo dijo...

Entonces debo estar un tanto maldita... hago spinning!

Anónimo dijo...

amarditao

Anónimo dijo...

yo juego trompo

Anónimo dijo...

ay si pensaras más en tu alma que en tu cuerpo... ya te lo dije: eres mas mezquino que maldito.

Anónimo dijo...

Hola Malayo,

soy Pamela,una amiga mía que te concoe me dio tu dirección de blog.

Te leí en LUN y la verdad es que escribes super lindo...

te imagino haciendo pesas en el gym, te imagino sudado y me pasan cosas en la guatita...

chao por ahora

me gustaría saber más de ti

Pame

Anónimo dijo...

http://www.transmedia.cl/pamelaanderson.htm

Besitos

Anónimo dijo...

Lo mejor que escribes son poesías.
Lo dije, y qué.

Escribe una cada día,
antes de ir al gimnasio.

Igual te quiero,

Juan