Año nuevo de 1989. Veníamos desde el barrio La Víbora, y nos dirigíamos a la casa de una amiga que vivía al lado de la Ciudad Deportiva. La Vibora no era un buen barrio en aquella época, no sé cuánto habrá cambiado ahora. En 2006 volví al lugar con mis compañeros y no encontramos a nadie, salvo una vieja amiga que al vernos dejó caer una fuente de plástico al suelo y se llevó las manos a la frente exclamando “¡resucitaron los muertos!”. Cuando la dejé de ver se las daba de jinetera (cubanas que se acuestan con extranjeros por dólares o para tratar de sacarles plata o para que se casen con ellas y se las lleven); en la última conversación que tuvimos contaba que había quedado adolorida luego de un encuentro sexual con un turista europeo súper dotado. Ahora tenía una niñita de unos cinco años. Nos contó que otra amiga estaba en problemas porque se casó con un tipo que formaba parte de una red de babalaos (son unos brujos cubanos) especializada en el tráfico de cocaína. Ahora estaban todos presos. De los demás se sabía poco, habíanse repartido por Miami y otros países. Qué pena.
Me fui por una rama, sigo mañana esta historia.
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