Venía en bicicleta por Eliodoro Yáñez con los audífonos puestos, sin preguntarme demasiado a qué se debía la ausencia de tráfico un domingo a esa hora, cuando al llegar a Antonio Varas atravesé una aglomeración de personas. No presté mayor atención, convencido de que se trataba, a juzgar por la actitud de la gente, de una celebración religiosa. Justo en el momento en que cruzaba la intersección de las dos calles fui alcanzado por una caravana de automóviles oscuros que doblaban hacia el centro. Había ido a parar involuntariamente al corazón de lo que era a todas luces un cortejo fúnebre.
Un cordón de carabineros me impedía cambiar de dirección y la vereda estaba atestada de gente, por lo que pedaleé dos cuadras junto al féretro haciendo lo posible por demostrar seriedad, hasta que por fin pude ganar la vereda. No veo televisión, pero leo la prensa y sabía que el general Bernales había fallecido en Panamá. A pesar de todo, confieso que, al igual que a su hijo, me sorprendieron las muestras de cariño que vi entonces.
Está más que claro que el gobierno sacó el provecho que pudo a esta situación para distraer la atención de los paros y manifestaciones que se avecinaban. La misma expresión “general del pueblo” (lo digo con todo el respeto del mundo) más parece salida de una agencia de publicidad que del alma de la ciudadanía. Mucha gente se ha escandalizado por eso, pero yo lo encuentro bien. Ahora que ha pasado algo más de una semana podemos hablar más fríamente del asunto: a las personas les gusta llorar y se les dio todo lo que necesitaban para hacerlo: una tragedia, un escenario y una ceremonia impecable, amenizada por una niña símbolo que cantó el “Ave María” y por algunos ministros actores que hicieron pucheros frente a las cámaras. Todo esto puede sonar a ironía, pero estoy siendo muy franco. El melodrama me parece un arma pacífica y legítima, sobre todo si se usa contra los gremios que creen que van a hacer bajar el precio internacional del petróleo parando el tráfico en las carreteras chilenas.
Volviendo a mi trayecto, al subir a la vereda escuché una voz familiar y me encontré a boca de jarro con Bruno Vidal, que, sobra decirlo, es un gran poeta. Estaba de pie como un soldado y sostenía un sombrero en el pecho. Le pregunté qué hacían allí él y toda esa gente. Me dio una respuesta que no deja de tener fundamento: “¡Pero si esto es el fascismo, esto es lo que ama el pueblo!”. Se refería, naturalmente, no al fallecido general, sino a los rituales masivos y alegóricos, propios de las dictaduras.
Intercambiamos opiniones sobre la muerte mientras pasaba el cortejo. Pudimos ver curiosos fenómenos, como un esmirriado ciclista con una bandera chilena más grande que él, y un tipo vestido de camuflaje en una motocicleta destartalada.
Es muy loco el pueblo chileno. “Nos retiramos ahora, la vida tiene que continuar”, le dije subiéndome a mi bicicleta. “Los poemas están esperando para ser escritos”, me corrigióél poniéndose el sombrero. Y las columnas de opinión también, contesto ahora, con más de una semana de retraso.
3 comentarios:
entrada más repetida que no se qué
es verdad
si po, la pura... como tu polola Lorena
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