miércoles, mayo 07, 2008

629. Me robaron la bici

Acaban de robarme la bicicleta. Solía dejarla en el estacionamiento de mi edificio. El ladrón, conociendo la rutina del conserje, esperó a que éste saliera y, con uno de esos alicates gigantes con nombre de emperador francés, cortó la cadena que la sujetaba. No era gran cosa, pero tenía canasto y parrilla: con ella iba a la feria, al supermercado y a una buena cantidad de lugares a los que se llega más rápido en dos que en cuatro ruedas, para asombro de peatones y automovilistas.

Estaba convencido, no sé bien por qué, de que cuando te roban la bicicleta es porque estás deprimido. Ese prejuicio me sugestionó y me hizo encontrar no pocos síntomas de depresión en mi ánimo, fabricados al instante como si fueran jugo en polvo.

Antes tomaba como referencia a mis gatos para describir lo que me duraban los anteojos. Luego de perder tres pares, me dije: los anteojos me duran lo que me duran los gatos. Los gatos me duraban poco más de un año, después entraban en celo y desaparecían, o se envenenaban o los atropellaban. Los últimos anteojos me han durado ocho abriles, lo que es más o menos el tiempo que llevo sin gato. Capaz que si adopto uno se me pierdan.

En cuanto a las bicicletas, sólo he tenido dos en mi vida de adulto, sin contar las esporádicas. Duré diez años con la anterior, una pistera azul que regalé a un amigo cuando compré la que me robaron. Una vez un gásfiter me mostró un hermoso trasto de 1940 que seguía andando de manera impecable. Era dura y funcional. Recuerdo que entonces me ilusioné con la posibilidad de que la mía me acompañara toda la vida.

Está visto que en Chile el robo de bicicletas se ha vuelto tremendamente popular. Tanto, que para un sector nada despreciable de la ciudadanía (tal vez un treinta por ciento) debe ser un delito menor, como fumar marihuana o subirse a la micro sin pagar. Quizás las transnacionales –que según un obispo inventaron el levonorgestrel para controlar la natalidad en Chile– estén involucradas. La ausencia de dispositivos antirrobo de bicicletas revela cierta complicidad del mercado. Aproveché mi paranoia para diseñar algunos.

Se me ocurrió que podría fabricarse una pequeña alarma en la llanta trasera, similar a la que usan los autos. ¿Por qué no? También estuve pensando en una fórmula para cortar los frenos al estacionar, de modo que el ladrón se descreste en la esquina (sus gritos de dolor operarían como alarma). En el colmo de mi enojo imaginé un sistema para electrificar el manubrio.

Mi mejor diseño consiste en una serie de agujas dispuestas sobre una tablita siguiendo la forma de mis iniciales. Escondiendo el dispositivo en el asiento, lograría que el ladrón al sentarse se clavara las agujas, lo que lo dejaría condenado a llevar de por vida mis iniciales en el culo. “Un Julio Carrasco en el culo es algo que debe doler”, me ha dicho, bromeando, una amiga. Como quiera que sea, este diseño tiene un inconveniente: ¿qué pasa si olvido sacar el dispositivo y me siento encima de él? Habrá que pensar otra cosa.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

sería más humillante poner una trampa para cazar conejos, de esas que amarran la pata, después lo agarras, le bajas los pantalones y le escribes con tu puño y letra "Los Muebles", le sacas una foto y la subes al blog...

(esperando que el ladrón se parezca a la mina nórdica que publicaron en la revista...)

Anónimo dijo...

viste que a ti tambien se te despierta el ingenio con la rabia mm?